sábado, 16 de febrero de 2013


IMÁGENES EN BLANCO Y NEGRO. “LOS RODRÍGUEZ”, UNA APORTACIÓN DEL TURISMO 

Roc Gregori Aznar



Tal como indicaba en la entrada del 2 de febrero, Roc Gregori fue durante mucho tiempo director del Servei Municipal de Turisme y luego ocupaó otros de mayor responsabilidad: Subsecretario de Turismo y Secretario Autonómico. Es por tanto una voz muy autorizada para hablar del pasado y el presente del turismo.
Vuelvo a incluir otro escrito suyo de la serie “Imágenes en blanco y negro” en la que rememora el turismo de tiempos pretéritos. También fu publicado en el diario Información de Alicante el 29 de agosto de 2010.
En él rememora otro aspecto curioso los primeros momentos del sector turístico, en una época en la que aún no había turistas sino veraneantes…




El turismo, esa nueva actividad que con tanta fuerza ha irrumpido en nuestras vidas, las ha condicionado en todos los aspectos. Ha habido que dar cabida a las exigencias y circunstancias que su práctica impone, de manera que hoy nadie (o casi nadie) escapa a la obligación de prever, durante todo el año, una serie de cuestiones necesarias para practicarlo.
Podríamos empezar por los aspectos presupuestarios puesto que hay que provisionar unas cantidades –ahorros, se les llama- para, llegado el momento elegido o el que nos permiten las circunstancias, poder sufragar su coste. Aunque hoy más bien habría que hablar de varios momentos, dado el fraccionamiento que se ha impuesto y que nos lleva a dividir las vacaciones, que no han aumentado, en varios períodos más cortos repartidos a lo largo del año. Qué decir de la logística: prever los traslados, alojamientos, actividades complementarias, vestuario, intendencia, etc.
Lo dicho, el turismo es un tema de innegable presencia en nuestras vidas y se ha convertido en una materia cotidiana, vamos.

Pero no para ahí la cosa, nuestro vocabulario también ha sido condicionado por esta actividad y hemos incorporado vocablos y frases que tienen una procedencia turística, aunque para ser más precisos habría que puntualizar que se derivan de idiomas foráneos, sobre todo del inglés y algo del francés, que son las lenguas que imperan en este sector (y en todos los demás). Podríamos decir que el turismo ha modificado nuestra manera de expresarnos y ya nadie se ruboriza por utilizar en su conversación habitual: “booking”, “overbooking”, “planning”, “weekend”, “touroperator”, “travel”, “tours”… y para qué seguir si el propio vocablo “turismo” también nos ha llegado de fuera. Esto referido solo al habla de los más legos, no digamos lo que ocurre entre los profesionales del sector, porque estos ya no practican un simple argot sectorial, lo que hacen (casi) es relacionarse descaradamente en inglés en su trabajo.

Pero no siempre fue así. En el principio del turismo, es decir cuando su práctica empezó a estar al alcance de las clases populares, que para mí es cuando se inicia el turismo que ahora conocemos, solíamos usar otra terminología alrededor de esta actividad inventada desde dentro, por ejemplo: “veranear” y consecuentemente sus derivados “veraneante” y “veraneo”, hoy casi en completo desuso. Ahora bien, el auténtico producto del turismo nacional es la del “rodríguez”.

No. No se trata de un apellido. Se trata de un estado. No se puede decir “soy un rodríguez”, sino “estoy de rodríguez”. Sé que para muchos la descripción de esta situación -“estar de rodríguez”- no les va a significar novedad alguna, pero siempre les resultará agradable rememorar cosas del pasado, así que espero que si me leen disfruten con el recuerdo; mas, como el tiempo pasa que es un primor, quizá para los más jóvenes les aporte el descubrimiento de una situación que fue corriente en el pasado y que en la actualidad ya no se practica –espero-, o por lo menos si se practica no creo que se la denomine de la misma manera. Así que lo voy a explicar.

Allá por aquellos años 50, cuando empezó a imponerse el veraneo, la cosa consistía en que se venía a pasar el verano a la costa. Sí, todo el verano, un par de meses, o quizás tres. La familia al completo se desplazaba desde sus lugares de residencia (vamos, Madrid, para entendernos) a bordo de los atiborrados –y heroicos-  SEAT seiscientos hasta nuestras frescas costas (vamos, Benidorm, también para entendernos). Los cabezas de familia eran profesionales liberales, comerciantes, funcionarios y demás componentes de la llamada e incipiente clase media, por lo que en su mayoría solo disponían de un mes de vacaciones. Como el resto de componentes de la familia (cónyuges e hijos) podían disponer de un más amplio período vacacional y no querían perderse su veraneo completo, ¿qué ocurría?, pues que el cabeza de familia (o sea, el padre) regresaba a “currar” al puesto de trabajo mientras que el resto permanecía disfrutando de la playa, del fresco y de las sesiones del cine de verano. ¿Me siguen? ¿Qué espécimen pululaba abundantemente durante ese tiempo por Madrid? Pues un sinfín de padres solos y sacrificados ocupándose de ganar la necesaria “pela”. Estos, eran los tan traídos y llevados “rodríguez”.  

¿Cómo fue que adoptaran este reconocido y frecuente apellido (Rodríguez) como identificación de esta nueva especie? Les contaré lo que algunas malas lenguas difundieron en aquellos días.

Dicen que algunos de los maridos solitarios y sacrificados que permanecían en Madrid –muy pocos, eh-, no solo se dedicaban al duro trabajo de cada día y parece ser que aliviaban su estresada situación –los pobres- dando una vueltecita de vez en cuando para ayudarse a soportar las largas y calurosas noches mesetarias de la gran ciudad (que todos sabemos lo que costaban de pasar sin aire acondicionado. Ni a mi peor enemigo se lo deseo). En estas horas de sano relax, es posible que se establecieran nuevas relaciones humanas mientras se degustaban unas copitas (o una mariscada, que de todo había) cuyo carácter era puramente circunstancial y momentáneo, vamos, sin deseos de continuidad y permanencia. Si te he visto no me acuerdo, ya me entienden. Incluso, a veces, dicen que algunos de estos nuevos conocimientos podían establecerse con mujeres. Bueno, por hache o por be, parece que no había un interés en dejar huellas identificativas en la relación, y no digamos lo que podía significar dar tu auténtico nombre como referencia. Así, a la pregunta “¿cómo te llamas?”, había que dar una respuesta creíble y no comprometedora y ya está: “Rodríguez. Me llamo Rodríguez”.

Esta fue, sin duda, una situación que floreció de la mano del turismo de aquellos tiempos, quizás ya existía con anterioridad y puede que exista también en nuestros días, pero con otro nombre. Así que yo creo que debemos reivindicar su autoría para la actividad turística ya que a su amparo recibió un extraordinario impulso. No andamos tan sobrados en el sector como para despreciar un vocablo auténticamente casero. Además que si se inventara ahora seguro que basaría su etimología en el inglés y ese idioma ya tiene excesivo recorrido. Me pido “rodríguez” para el español. Hala.

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